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En 1832, el general prusiano Carl von Clausewitz, en su obra póstuma De la Guerra, planteaba que esta es la continuación de la política por otros medios, dando a entender que el objetivo fundamental de la política no es más que la imposición de los propios deseos y visiones al adversario. Quizás desde un extremo diametralmente opuesto a dicho militar, el teórico británico Bernard Crick consideraba que la política es la actividad mediante la cual grupos diversos y dotados de diferentes formas de ver la sociedad llegan a consensos y reciben parcelas de poder de acuerdo con la importancia que cada uno de ellos tiene para el bienestar de la comunidad y de la persona, en un marco donde la estructura política y las creencias de la sociedad deberían estar en sintonía con una democracia dotada de una ciudadanía participativa y con valores democráticos. Por el contrario, desde esta perspectiva, la imposición constituye la negación de la política, el rechazo al consenso. Por ello, si el objetivo de una sociedad democrática fuese alcanzar el consenso, la actividad política debería incluir constantemente las miradas de los múltiples grupos sociales. De esta forma, incluso cuando una mayoría circunstancial permitiese a un determinado grupo imponer sus ideas, se deberían tener presentes las diversas miradas existentes en la sociedad si es que se pretende dotar de firmeza y sustentabilidad en el tiempo al camino planteado.
Iniciando la tercera década del siglo XXI, parece que la humanidad aún se encuentra lejos de alcanzar la conciencia y acción común para enfrentar los graves problemas que le afectan: contaminación a escala catastrófica, las inequidades globales y locales, la guerra como forma de resolver los conflictos, entre otras. A nivel nacional, los desafíos y problemáticas que enfrentamos como sociedad no son menores, y su abordaje requiere necesariamente -urgentemente- de consensos orientados por el bienestar de todos y todas, ya no entre adversarios, sino entre coconstructores del porvenir: la clave para enfrentar el presente y el futuro es más democracia. No obstante, los conocimientos, habilidades y valores necesarios para la vida democrática no son innatos y necesariamente se requiere del concurso de la educación y, más concretamente, del aporte de la formación ciudadana, un área educativa que abarca toda la vida y todo espacio social. Uno de los fundamentos esenciales de esta es el aprendizaje en la práctica, pues la democracia no se aprende más que viviéndola. Por ello, una de sus premisas más importantes es el abordaje de los problemas socialmente relevantes y temas controversiales que preocupan a la sociedad, el cual permite, en un ambiente educativo dialógico y respetuoso, generar las condiciones para el desarrollo de las capacidades comunicativas y valóricas para la vida social.
Hoy las universidades del Estado de Chile están abordando con decisión el desarrollo de la formación ciudadana en sus planteles y tengo esperanza en que dicha estrategia les permitirá aportar al desarrollo de nuevas generaciones de profesionales que contribuyan a que nuestra vida política nacional transite de Clausewitz a Crick.
Juan José Salinas Valdés
Doctor en Educación
Especialista en didáctica de las ciencias sociales y formación ciudadana
Académico y Secretario de Investigación y Asistencia Técnica
Facultad de Educación
Universidad de Antofagasta
Miembro de la Mesa Técnica de Formación Ciudadana en la Educación Superior del Consorcio de Universidades Estatales.